Editoriala Gara-Naiz
2019/08/04

Una persona de casi 70 años es liberada tras pasar cerca de 30 años en prisión. Ha estado más de la mitad de su vida adulta encarcelada, primero en el Estado francés y luego en el español, siempre alejado de su pueblo. Hay que recordarlo, esta persona tiene 70 años y ha estado 30 en la cárcel. Banalizar esta vivencia es un mal comienzo para hablar de ética.

Sus condiciones de vida en prisión han sido objetivamente muy duras, con alejamiento y aislamiento. Fue condenado por atentados en los que murieron cinco personas, cuatro de ellas policías. Fue miembro de la dirección de ETA. Nadie lo oculta. Huyó de su pueblo natal, Hernani, hace 43 años, poco después de la muerte de Franco. Su familia ha conocido de cerca la represión. Uno de sus hermanos fue víctima de un atentado de los GAL cuando estaba refugiado. Casi nadie recuerda esto. Evidentemente, se trata de Jose Jabier Zabaleta, «Baldo».

Al día siguiente sale de la cárcel otro preso, el oñatiarra Xabier Ugarte. Es algo más joven y ha pasado 22 años en prisión. La mayoría de la gente lo recuerda porque fue condenado por el secuestro del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. Casi nadie recuerda las torturas que padeció durante su detención. Fue hospitalizado y declaró incomunicado delante del juez Baltasar Garzón. Hay que recordarlo también; ha pasado 22 años en prisión, bajo un régimen excepcional y vengativo.

En ese sentido, en su pueblo su comunidad los acoge en parte como supervivientes. A algunos les puede sonar extraño, pero es consecuencia de un sistema penal criminal. Cuando estas personas son liberadas, muchos vecinos salen a la calle a recibirlos. No siguen una convocatoria, no responden a una consigna. Por diferentes razones, se alegran. Por ellos, o por los suyos. Por solidaridad o por humanidad. Todas esas personas comparten que las condiciones de los presos vascos no cumplen los principios de los derechos humanos. Por ejemplo, no siguen las Normas Mandela, los estándares fijados por la ONU para los sistemas penitenciarios. Interesante tema para los realmente interesados en derechos humanos.

Algunas de las personas que acuden a estos recibimientos estaban a favor de ETA y otras en contra. Unas creían en la violencia como instrumento político y otras tenían como principio rector los derechos humanos. Ocurre igual en los homenajes a víctimas de ETA: algunas estaban a favor de torturar a quienes cometieron esos atentados y otras no. Es 2019 y mucha gente ha cambiado sus posturas. También es cierto que, tanto en un caso como en el otro, unas personas dicen lo que piensan y otras no. Porque lo que casi todo el mundo conoce bien es el discurso que le ofrece ventaja política. Empujar a una sociedad al cinismo es peligroso.

Nadie pone en duda lo que estas personas hicieron como militantes de ETA, aunque en la sociedad vasca haya serias discrepancias sobre el contexto y la naturaleza de esas acciones. En general, han cumplido sus condenas íntegramente en base a un Código Penal que no ha hecho más que endurecerse. A partir de estos últimos presos, las condenas son aún mucho más duras, son cadenas perpetuas encubiertas. Las instituciones vascas deben actuar con responsabilidad y audacia.

Que el lehendakari Urkullu polemice en este tema con Arnaldo Otegi no es una muestra de superioridad moral, como él cree, sino de obsesión. Cabe recordarle que según el Tribunal Europeo de Derechos Humanos Otegi estuvo seis años injustamente encarcelado por ese mismo sistema político y judicial, siendo Urkullu lehendakari. Bajo su mandato ha muerto por desasistencia sanitaria Kepa del Hoyo –y el navarro Xabi Rey–. No puede defender solo a quien está de acuerdo con él. Tiene responsabilidad en los derechos de los 248 ciudadanos vascos que quedan presos de ese sistema.

Una última puntualización. No han sido homenajes. Es mentira. Han sido recibimientos, el momento en el que esos presos llegan a sus pueblos. Hace ya tiempo que muchos de estos actos se hacen en recintos privados y con discreción. Estos militantes no buscan escarnio, tienen un compromiso y un sentido del honor. Ahora bien, no han quedado libres para esconderse. No van a sumar al castigo una penitencia que no responde a una voluntad de concordia, sino de humillación y regresión. Se han ganado a pulso su libertad. Si, más allá de las victimas directas de la violencia, alguien está en contra de esa libertad, de lo que quiere hablar no es de derechos humanos, sino de un estado de excepción. Cuidado con alimentar agendas de la ultraderecha.